Ella sonreía con tristeza, que cercanos en el tiempo estaban
aquellos días y que distantes en la memoria...
Sonó el móvil, lo que me hizo volver a la realidad.
Marcos...
No iba a cogerlo, ahora que se percataba, no sabía bien
porqué llevaba el móvil encima, quizá fuera por costumbre o por la anticipada nostalgia.
Su vida en aquel lugar que dejaba atrás se había vuelto
prematuramente banal, prescindible, monótona... Insustancial, al fin y al cabo.
Lo que la estaba matado lentamente.
Se había quedado estancada, no había más que hacer, no en
aquel lugar, no entre aquella gente, no después de tantos sin sabores, de
tantas farsas, mentiras, traiciones y secretos. No, allí ya no quedaba nada
para ella, quizá en otro lugar, pero no allí, no en aquella vida vacía, gris y
muerta. Debía avanzar, pero sin arrastrar ningún lastre a su paso.
Recordando ilusiones perdidas, la causalidad o la oportunidad
trajo a su memoria el primer beso... Aquel beso pueril, inexperto, a penas un
sutil roce...
Era una tarde lluviosa de octubre, se vieron desde lejos, se
puso nerviosa por no saber como comportarse; cuando finalmente se a cercaron ambos
tenían la intención de besarse en la mejilla, pero en el último momento alguno
de los dos giró la cabeza, no supo si fue él o lo hizo ella, y allí quedó en su
memoria aquel primer beso a medias y por compromiso, quién hubiera pensado que
aquel muchacho de quince años pudiera causarla tanto daño, y es que la traición
duele enormemente si es partida doble, en especial cuando el amor anda metido
por medio .
Ya clareaba la mañana y el tren proseguía inexorable su
viaje, un camino que para unos sería por placer, para otros por obligación y
para ella por la necesidad de huir.
Varios pasajeros hablaban con la azafata,
sus susurros llegaban hasta ella inteligibles, quizá estaban demasiado lejos
para oírlos o tal vez ella estuviera demasiado ensimismada para prestar
atención, en la televisión echaban una película sobre dos tigres hermanos, un
poco más allá un niño le preguntaba incesantemente a su madre si faltaba mucho
para llegar y se movía intranquilo en su asiento de terciopelo rojo sin parar de intentar llamar la atención de la
azafata para que esta le diera caramelos .
Había pensado desde hace algún tiempo si la soledad, la
desesperación y ver la vida simplemente como la sucesión de los días era lo único
que había, era lo único que cabía esperar. Aquel día se dio cuenta de que no, aún que
demasiado tarde, la desolación le había llevado a comerte muchas imprudencias,
imprudencias que tarde o temprano pasaban factura a su maltratado y débil corazón,
ya no quedaba nada para ella en el lugar que dejaba atrás pero estaba atada con
unas cadenas demasiado gruesas, cadenas que solo la distancia puede romper...
Cuando se huye sin saber donde ir, sin tener nada allá donde
se va, sin tener un futuro. Algo así solo se hace cuando no tienes un presente,
cuando no sabes quien eres, cuando solo eres lo que quieren que seas.
A través de la ventanilla iba pasando el paisaje cambiante y
rememoró de nuevo que ya intentó huir una vez, pero no fue suficiente valiente y
regresó. A penas se dieron cuenta de su ausencia, aquello acabó con ella.
Desde entonces no había excusas y en el interminable
silencio de esas solitarias noches lloraba tendida en la cama pero siempre sin
hacer ruido para que él no se despertará y tener que dar explicaciones aunque
si pasara sabía que solo tenía que hacerse la dormida y decir que estaba
llorando en sueños.
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Este breve texto lo escribí a los dieciséis años y tiene mucho significado para mí aunque nunca llegó a ser nada más que las lineas que veis.
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